Es gracioso como la vida se empeña en enseñarme que tengo que soltar, que no puedo controlar o planificar absolutamente todo, y el nacimiento de Emi no fue una excepción. Ella estaba para nacer el 5 de junio, pero desde el martes 15 de mayo empezamos a tener “ensayos” o corridas al hospital con olas uterinas que anunciaban su llegada, 3 en total para ser específicos. Y siempre nos devolvían a la casa porque a pesar de que la actividad era evidente, todavía no dilataba. Era como su manera de decirme: “Mami, ya casi, casi vengo.”
“Seguir con vida normal” es un poco difícil después de estos eventos porque siempre, o al menos yo, pensaba que en cualquier momento podía venir. Aproveché para ir a todas las citas del salón, adelantar el trabajo que pude, ir al super para que no nos faltara nada, etc. Emi inclusive nos dió chance de celebrar nuestro segundo aniversario de casados, aunque esa madrugada también fuimos al hospital 😉
Fue hasta el 24 de mayo a las 3:33 de la madrugada (lo recuerdo porque mi número favorito es el 3 y a esa hora me desperté), que empecé a sentir olas uterinas muy diferentes a las que había sentido antes. Como de costumbre llamamos al doctor a esa hora, nos dió la instrucción de estar pendientes de la frecuencia de olas, pero como no eran tan frecuentes y ya había tenido tantos ensayos, decidí acostarme de nuevo aunque no me podía dormir.
Esa mañana, a as 6:20 llamé a Fabi, de mis amigas que son como mis hermanas, ella ya es mamá de Lucas que tiene 8 meses y cuando estaba a punto de dar a luz, estábamos hablando y le dije que sus últimas 2 semanas de embarazo fueron mis primeras 2 <3 Le describí lo que sentía a Fabi y ella me dijo: “Justo como si tu abuelita te la hubiera mandado, ella nace hoy 24 de mayo, día de María Auxiliadora”.
A las 8:00 a.m volvimos al hospital, ya el cuello se había borrado por completo, solo faltaba que empezara a dilatar. La instrucción fue que nos quedáramos cerca porque ya estábamos por “arrancar”. No habíamos desayunado, y yo con mi dieta súper complicada y mi cabeza dura decidí que era una increíble idea devolvernos hasta nuestra casa en Escazú para poder desayunar mi granola libre de gluten con mi yogurt libre de lactosa 😉 FUE LA PEOR IDEA. Roberto iba manejando y haciéndome masajes en la espalda (no sé cómo).
Llegamos a la casa, llegó Mami para irse al Hospital con nosotros, el dolor ya era cada vez más fuerte por lo que me alisté mi granola, me comí 3 bocados y nos devolvimos al hospital 🙂 Esta vez mami y yo en el asiento de atrás mientras me hacía masajes en la espalda.
Llegamos y nos internaron, Mami se quedó conmigo haciéndome masajes mientras Roberto estaba en admisiones llenando papeles, les aconsejo que alguien más vaya con ustedes al hospital para que no se queden solitas mientras papá llena formularios.
Qué puedo decir de las olas uterinas (también conocidas como contracciones), simplemente que VIVA LA EPIDURAL. Al llegar a 7 centímetros me la pusieron y fue como magia. Ya no me dolía nada. Antes de eso, sobreviví a las olas gracias a la bola de pilates que alivia montones el dolor, lo peor que podés hacer durante la labor de parto es quedarte acostada o quieta, necesitás moverte, respirar y repetir cualquier mantra que hayás preparado (“Aceptar, Permitir, Ofrecer, Fluir” como bien aprendimos con Ansú), y los masajes de mami en la espalda.
Creo que soy parte de un grupo importante de mujeres que siempre había tenido miedo a dar a luz. Este miedo se da en gran parte por no saber a lo que vamos, parte de ser mamás primerizas. Debo decir que el curso de preparación para dar a luz de Ansú calmó estos miedos sustancialmente, educándonos y haciéndonos ver el nacimiento como algo tan natural, para lo que tenemos una habilidad innata.
También, en ese momento es tanta la adrenalina, emoción, expectativa que difícilmente sentís miedo. Finalmente me llevaron a sala de partos y traté de todas las maneras habidas y por haber. Yo quería dar a luz de pie, guindada de unas telas que te ayudan a soportarte, pero el efecto de la epidural era tal que las piernas con costos me aguantaban, eso y no sentía las olas uterinas, o sea el momento para empujar a mi bebé hacia afuera. Dependía de las enfermeras Natalia y María, que fueron como ángeles de la guarda junto con mi doctor para ayudarme a traer a Emi a este mundo. Ellas me avisaban cuando venía una ola y me daban la instrucción de empujar CON FURIA.
Luego de varios intentos, finalmente acostada y agarrándome fuerte de mis piernas, salió Emi a las 3:00 p.m. sana, bendecida y perfecta <3 Rob por supuesto estaba en primera fila recibiéndola y documentando todo el proceso.
Al día siguiente ya estábamos de vuelta en la casa, recuperándonos y adaptándonos a nuestra nueva familia <3 Sí tuve un pequeño desgarro y episiotomía pero el cuerpo humano es increíble y capaz de sanar a pasos agigantados, esto me tiene sorprendida. También es increíblemente capaz de adaptarse y aprender a sobrevivir.
Cada día trae sus retos pero nos toma con más experiencia que el día anterior. Lo único que puedo decirle a futuras mamás es: Confíen en ustedes, en su cuerpo y en Dios 😉